lunes, 10 de abril de 2017

El ocaso del discernimiento electivo



Procuro mantenerme al margen de las tendencias consumistas, tengo una predisposición clara hacia lo underground y/o subversivo. En el terreno literario sé desde que era una cría que un libro siempre te lleva a otro libro, y me encanta que lectores insaciables en cuyo criterio confío, me recomienden los textos que más les han emocionado. Por eso, entre otras cosas, hago este blog desde hace ocho años, sencillamente para hablar de los libros que me da la gana, excluyendo las malas críticas porque sé que la publicidad negativa es incluso más ruidosa por el morbo que genera.

En el lateral derecho de estas líneas, hay un icono de un búho con un letrero que reza “Ad-free blog”, que significa “advertisement free blog” o “blog libre de publicidad”. Es decir, nada de lo que aparece aquí me revierte a mí un solo céntimo por incluir espacios de publicidad comprada. Pero igualmente recibo emails con invitaciones de empresas relacionadas con la industria editorial, que me invitan a escribir posts sobre sus productos o servicios, que en cada caso me reportarían supuestos ingresos o descuentos. Nunca los acepto: ni creo en la utilidad de sus servicios ni me apetece trabajar para otros por una miseria.

Muchos blogs, canales de Youtube, etc., aceptan y cobran por incluir publicidad en sus publicaciones, las personas que están detrás se definen a veces con el rimbombante “creador de contenido” aunque en muchas ocasiones ese contenido es su vida privada en vídeos que captan rápidamente seguidores morbosos. Contactan con marcas para publicitar productos que de otra forma jamás hubieran utilizado y el dinero entra rápida y fácilmente, personalmente me parece de un mal gusto exagerado.

En esta línea de despropósitos, hace poco vi un vídeo en el que una chica anunciaba que por fin había encontrado el servicio on-line definitivo, el que había esperado durante mucho tiempo: era una suscripción de moda en la que pagabas para que otra persona eligiera algunas prendas y accesorios y te las enviara a domicilio, es decir, una especie de cita a ciegas con tu armario, o un personal shopper virtual. Me pareció espeluznante, incluso entré en la web para leer más información y confirmar mis sospechas, era extremadamente poco personalizado, todo se hacía mediante un pequeño test que excluía todo tipo de tendencias estilísticas subculturales, como era de esperar. Se suponía que podías devolver las prendas que no te habían gustado o que no te valían, pero ya habías pagado por ellas por adelantado, había toda una política de cambios y devoluciones, en fin: qué mal gusto y qué pereza. Creo que la imagen personal es una herramienta de expresión tan buena como cualquier otra, ¿por qué no hacer uso de ella, o lo que es peor, por qué permitir que un desconocido lo haga por nosotros?

Pero es que hace poco descubrí que existía el mismo servicio para lectores sin alma, es decir, una empresa que elige un libro por ti, lo empaqueta y te lo manda a domicilio. ¡Bum! Se acabaron las charlas tan enriquecedoras con bibliotecarios y libreros, los paseos entre estanterías, incluso las búsquedas en catálogos on-line. También, por descontado, las recomendaciones de amigos y críticos de confianza, se acabó que un libro te lleve a otro libro, fin a eso de elegir por ti mismo: llegó el ocaso del discernimiento electivo. Me pareció descorazonador, llámenme exagerada, no puedo explicarlo de otro modo.

Para colmo, en esa empresa utilizan como reclamo definitivo un envoltorio feliz y lleno de detalles, del tipo marcapáginas que nadie usa, la nota de prensa de turno impresa en un papel muy bonito y tonterías de ese tipo al más puro estilo Mr Wonderful (el regalo que nadie con dos dedos de frente quiere recibir). Puag.

También existe ya el servicio previo pago de viajes por sorpresa: para qué elegir el destino, para qué informarse sobre él, para qué organizar con mimo el viaje a ese sitio que siempre soñamos, si un desconocido puede decidirlo por nosotros, o si ya hemos dejado de soñar con algún lugar en el mundo porque hemos frito nuestro cerebro delante de mil pantallas y ya no nos funciona.

No sé, a mí todo esto me activa las alarmas e imagino un mundo no muy lejano en el que una empresa, bajo suscripción previa, te haga llegar puntualmente la comida a mediodía, un menú sorpresa, para que no tengas que pensar qué comes. O por qué no, una red social de citas en la que no tengas que molestarte en hacer ningún tipo de criba, a la hora acordada llamará a tu puerta el ser humano con el que tendrás sexo ese día (qué demonios, ya existe ese monstruo llamado First Dates, me rindo). Qué puedo decir, me imagino a los emprendedores que están detrás de este tipo de iniciativas, riéndose a carcajada limpia de todos aquellos que compran sus servicios, pienso en cómo hemos llegado a este punto, y me da pena.

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