martes, 25 de abril de 2017

Vernon Subutex 2 - Virginie Despentes


Despentes y moderación no van de la mano. Es el atrevimiento el que define su obra, que explora los resquicios más oscuros de los bajos fondos de la sociedad parisina en este caso. El año pasado descubrimos el personaje por el que apostaba Virginie para esta gran obra, Vernon Subutex, el vendedor de discos caído en desgracia. La crisis le había despojado sin contemplaciones de todo lo que poseía y la primera novela terminaba con él viviendo en las calles. Este escenario le sirve a la autora para hacer una crítica mordaz a la élite burguesa y su eterna psicopatía, así como aviso para todos los mortales de que la calle acecha ahí fuera y que en el momento menos esperado cualquiera podemos perder de un plumazo nuestros privilegios y empezar a pedir auxilio a quienes antes se lo negábamos.

p.73 Las élites cuentan con el pueblo para hacer el trabajo sucio.

La prosa de Despentes es envolvente: se ajusta al ritmo frenético de la calle y a las costumbres de los habitantes de los parques, los lugares abandonados y cualquier rincón que convertir en cueva en los suburbios. Los antiguos conocidos de Vernon Subutex se entremezclan en esta segunda entrega con los vagabundos con quienes comienza a compartir espacios, dando lugar a un baile delirante de drogas, prostitución, amenazas, venganza, convivencia y resquicios de humanidad en los momentos más inesperados. También hay lugar para la política, el postureo y la falsedad de las redes sociales, los medios de comunicación, la miseria del mundo laboral, los choques sociales, culturales y religiosos en una ciudad dividida en guetos… y mucha y muy buena música, una selección muy cuidada de viejos clásicos del rock que daría lugar a una lista de reproducción magnífica: Sex Pistols, The Who, David Bowie, Nick Cave, James Brown, The Jam, Iggy Pop… 

p.31 Él es amigo de los cuervos. En cuanto llega, los pajarracos lo reconocen y forman un círculo a su alrededor. Los cuervos parecen muchísimo más organizados que las palomas. Están gordos como aves de corral, son de un bonito color negro brillante y tienen una inteligencia inquietante para los humanos, acostumbrados a creer que los animales no entienden gran cosa. Los cuervos del parque captan enseguida con quién se las tienen que ver. No necesitan al viejo para comer –despanzurran el fondo de las basuras a picotazos y se sirven. Pero parece que les gusta socializar. No se limitan a presentarse cuando llega el viejo con la comida. Lo esperan. Y si el tío tiene que cambiar de sitio porque los vigilantes lo controlan, los pajarracos no se ponen nerviosos, lo siguen y se avisan de que el lugar de reunión ha cambiado.

p.103 La comparación más parecida con lo que conocía antes sería un porro de hierba pura a las diez de la mañana en una playa desierta, un día de otoño, justo después del café –el momento en que quieres levantarte, las piernas de algodón, presa de un ligero vértigo. Estás bien. Caminas. Los fundidos a negro te entrecortan la vista, la realidad, convertida en decorado, es perceptible, pero cuelga de un hilo. Eres un globo inflado con helio. 

p.112 Acuérdate, Vernon, entrábamos en el rock como el que entra en una catedral, y esta historia era una nave espacial. Estaba lleno de santos, ya no sabíamos ante cuál arrodillarnos para rezar. Sabíamos que una vez desenchufados los jacks, los músicos eran personas como las demás, que hacían caca y se limpiaban los mocos cuando pillaban un resfriado, pero daba lo mismo. Nos importaban un huevo los héroes, lo que queríamos era aquel sonido. Nos traspasaba, nos fulminaba, nos colocaba. Existía, a todos nos provocó lo mismo al principio: joder, ¿esto existe? Era demasiado grande para nuestros cuerpos. Jóvenes al galope, no teníamos ni idea de la suerte que teníamos… Me acuerdo del tío que me enseñó los tres acordes  de “Louie Louie” a la guitarra, y por la noche me di cuenta de que con eso podía tocar casi todos los clásicos. Cuando tenías callos en los dedos por primera vez, era como haberte sacado el certificado de aptitud profesional. El primer tema que supe tocar entero fue “She´s Calling You”. Necesité un verano. Lo que hacíamos era una guerra. Contra la tibieza. Nos inventábamos la vida que queríamos tener y no había ningún aguafiestas que nos advirtiera que al final renunciaríamos. Cuando yo tenía dieciséis años, nadie habría podido hacerme creer que no estaba exactamente donde tenía que estar. En un camión G7, sentado en la rueda, temblando con seis colegas sin estar seguros de haber puesto bastante gasolina para volver pero a ninguno de nosotros le preocupaba la duda. Era “la última aventura del mundo civilizado”. Lo demás, te acuerdas, no era tabú, no estábamos cabreados con nadie. Lo demás no existía. Vivimos nuestra juventud en burbujas de acero blindado. Había alquimias de entusiasmo, cosas cuya otra cara aún no habíamos visto, nos buscábamos apodos, todo era interesante, hasta las mayores gilipolleces. “¿Tocamos mañana?” era la única pregunta que me hacía. Vivíamos en el acople de los micros abiertos, en el silbido del Jack que conectamos, en el calor de los focos, ser teloneros de los Thugs y encontrar tíquets de consumición era lo esencial de nuestra aventura, y nos llenaba. Entre los dieciséis y los veintitrés años, no recuerdo haber visto ni un programa de la tele, no teníamos tiempo, estábamos fuera de casa o escuchábamos música, no recuerdo haber ido a ver una película para el gran público, haber visto un clip de Madonna o de Michale Jackson, la cultura mainstream no formaba parte de nuestro campo de visión. Ni siquiera hablábamos de ella. No sabía que no iba a durar. Lo llamábamos la red, éramos lo más cuando teníamos contestador automático, los que tenían un fax eran los dioses de la comunicación. Ninguno de nosotros pensaba en ira comprar carne o en hacer vacaciones, solo estaban los surferos, a los que les interesaba el rollo de la playa, nosotros nos quedábamos en la ciudad, donde hay conciertos. No era un sacrificio –nos importaba un huevo lo demás.  
“La” escena era lo único que contaba. Y teníamos razón. Entre semana pegábamos carteles, los fines de semana tocábamos en algún sitio, había bastante gente para que no nos diera la impresión de estar ensayando, planchábamos nuestros discos, no nos pronunciábamos en ninguna parte, no había intermitencia, no había mundo exterior al nuestro. Todos teníamos asociaciones sin ánimo de lucro, éramos tesoreros, presidentes, y todos vivíamos de trabajos de ayuda al empleo. Íbamos a Italia a Alemania a Suiza a Hungría a España a Inglaterra a Suecia, siempre en camiones hechos polvo, y éramos los reyes del mundo. Luego llegó el señor que se encargaba del rock en el Ministerio de Cultura, empezamos a oír hablar de subvenciones, a ver que abrían bonitas salas que parecían centros de juventud municipales de lujo, vimos aparecer a tíos que sabían montar dosieres, que hablaban el lenguaje de las instituciones, estaban más estructurados, eran más listos. Empezamos a rellenar papeles. El CD sustituyó al vinilo. Desaparecieron los 45 revoluciones. Parecía que no pasaba nada. Sabíamos y no sabíamos. Cada cosa, tomada de una en una, era anecdótica. No lo vimos venir en conjunto. Y aquel sueño sagrado se convirtió en una fábrica de meados. Es la historia de la Cenicienta: un pedal Fuzz había convertido nuestras calabazas en carrozas, y dieron las doce de la noche. Recuperábamos nuestros harapos. Ya nada era nuestro. Nos convertíamos todos en clientes. El rock le venía bien a la lengua oficial del capitalismo, la de la publicidad: eslogan, placer, individualismo, un sonido que te impacta sin tu consentimiento. No entendimos que las piedras mágicas que teníamos en las manos eran diamantes puros. Un tesoro en manos de una pandilla de inadaptados. Ninguno de nosotros tenía planes de hacer carrera. No pensábamos que era posible. Eso nos salvaba. Lo perdimos todo. Pero nunca hablaremos de igual a igual con los que nunca han conocido una vida que se ajusta a sus sueños punto por punto. Hoy en día me cruzo con personas que, a los veinte años, aprendían la competitividad en la escuela o el marketing en la empresa, y que quieren hacerme creer que hemos vivido la misma juventud. Yo no digo nada. Pero olvídalo, tío, olvídalo. Mi aristocracia es mi biografía. Me quitaron todo lo que tenía, pero conocí un mundo que nos creamos a nuestra medida, en el que no me levantaba por la mañana diciéndome voy a seguir obedeciendo.

lunes, 24 de abril de 2017

La lámpara - Clarice Lispector



“La lámpara” es la segunda novela de Clarice Lispector, que se publicó por primera vez en 1946. Lispector (Ucrania, 1920 - Río de Janeiro, 1977) tuvo una prolija producción literaria, si bien la complejidad de algunos de sus escritos ha provocado que no se haya hablado mucho de ellos, pese a su indudable valor. Su primera novela, “Cerca del corazón salvaje”, sorprendió en el momento de su publicación y fue un éxito desde el principio.

Cuando Clarice era aún una niña y enviaba sus escritos al periódico local, éste los rechazaba porque los niños que participaban en la sección infantil enviaban textos narrativos, y los de Clarice describían sensaciones: esto nos puede dar una pista clara de lo particular de su trabajo, y de lo que con los años se convertiría en su sello personal.

Colores y sensaciones
Clarice Lispector poseía una sensibilidad sin límites. Es muy complejo describir una novela que parece haber sido creada a base de pinceladas de acuarela, y que se desarrolla casi solo a través de ambientes y sensaciones. La misma protagonista, Virgínia, es tan liviana y etérea que parece traslúcida, evanescente, y nunca conseguimos verla de frente, como si continuamente se escabullera.

El silencio era espeso como si la pregunta hubiese caído en el mismo mar.

Esta no es una novela para lectores primerizos, básicos o perezosos. Desde luego no es para los que buscan emoción y aventuras, una sucesión de acontecimientos entretenidos. No tenemos un arco argumental sólido, se trata tan sólo de retazos de la vida de Virgínia, o más bien, de lo que vamos deduciendo que se trata de la vida de Virgínia… ya dije que no era fácil de describir a quienes no la hayan leído.

Su vida estaba hecha de ponerse un día el vestido al revés y decir con sorpresa curiosa como ante una noticia: vaya, hace tanto tiempo que no me pasaba,vaya. Quería ocuparse de pequeñas cosas que llenasen sus días, las buscaba, pero había perdido el encanto ágil de la infancia, había roto con su propio secreto.

Demasiada luz, gótico sureño y maltrato
Es un reto literario; y la lámpara es el símbolo decadente de lo único sólido que se mantiene con el paso de los años en la vida de Virgínia, y también es un guiño que hace referencia al estilo literario gótico sureño, que se desprende de las páginas de esta novela, que deslumbra hasta cegar, siguiendo la estela de Faulkner, McCarthy y otros muchos.

¿Cuál ha sido hoy tu pensamiento más fuerte?, ella se callaba asustada, sin poder explicarle que había vivido un día de inspiración excesiva, imposible de ser guiada hacia un solo pensamiento, así como el exceso de luz impedía la visión; el alma exhausta, ella respiraba de puro placer sin solución y se sentía tan viva que moriría sin saberlo. Daniel se encolerizaba, la empujaba apretándole el brazo, llamándola ignorante, amenazando con disolver la Sociedad de las Sombras, cosa que la aterrorizaba más que su brutalidad física.

Virgínia es una mujer maltratada, que crece en una familia de madre a veces indiferente a veces cruel, padre estúpido y hermano violento. El mundo real es para Virgínia algo secundario a lo que parece no tener nunca acceso directo, como si haciendo honor a su nombre sobrehumano, éste le hubiera sido negado. Una pátina imperceptible se interpone entre el mundo y ella. Así, la vida interior como único refugio posible para alguien incapaz de disfrutar de su propia vida.

Pero ella no tenía fuerzas para ser feliz. Se había cansado.

Todo ello hace de esta novela un relato profundamente psicológico repleto de metáforas muy líricas. A esto hay que añadir la inexistencia de cortes por párrafos o capítulos, algo que dificulta aún más la lectura, no hay respiros. Hay cambios de tiempo y lugar casi tras un punto y seguido, sin avisos, es fácil perderse y por eso hay que leer con mucha atención: es una novela oscura y compleja.

Pero como todo buen reto, al final tiene su recompensa, y es que cuando se consigue “entrar” en la tela de araña Lispector, una se siente ya arropada por su magia para siempre, y eso es algo que no tiene precio, es maravilloso.

miércoles, 19 de abril de 2017

Yo no soy una mujer - Edith Södergran


Este libro es un rescate en el tiempo, muy oportuno para los tiempos que corren, cuando el activismo feminista ha conseguido que sus reivindicaciones lleguen a los medios y estén en boca de todos. Esta es la voz de una pionera, una chica que se replanteó la realidad y se formuló preguntas para las que su entorno no tenía ninguna respuesta. Les dio forma de poemas y este es el resultado.

Edit Södergran nació en San Petersburgo en 1892, creció observando la naturaleza invernal, fotografiando gatos, escribiendo y formándose en diferentes idiomas (alemán, ruso, inglés, francés), terminó escribiendo en sueco que era su lengua materna, enfermó de tuberculosis y murió con 31 años. Este último dato trágico, unido a sus versos controvertidos, hicieron que su nombre y su obra no se los llevara el olvido.

Finlandesa, pionera y controvertida
Södergran procedía de una familia burguesa de habla sueca, en 1902 ingresó en la Petri-Schule alemana en San Petersburgo. Le influyeron profundamente las obras de Heine y de Goethe, y sus primeros poemas fueron escritos en alemán, aunque poco después tomaría el sueco, su lengua materna, como idioma para la escritura, eso sí, con constantes germanismos.

Hacia 1909 contrajo la misma enfermedad que su padre, la tuberculosis; en el sanatorio Davos Dorf, en Suiza, que es el escenario de “La montaña mágica” de Thomas Mann, pasó Edith una temporada recibiendo el tratamiento para tuberculosos, cuando contaba con 21 años, y fue escenario de sus travesuras juveniles hasta que lo abandonó en vísperas de la Primera Guerra Mundial.

Unos años después consiguió publicar su primera colección de poemas bajo el título de “Dikter” (“Poemas”), y fue entonces estalló el escándalo: 1916 no era el momento idóneo para que una mujer escribiera versos tales como:

VIERGE MODERNE
No soy mujer, soy un ser neutro.
Soy una niña, un paje y una decisión atrevida,
soy el trazo sonriente de un sol escarlata…
Soy una red para todos los peces golosos,
soy un brindis en honor a todas las mujeres.
Soy un paso hacia el azar y la perdición,
soy un salto hacia la libertad y mi propio yo…
Soy la sangre susurrante que habla al hombre,
soy el escalofrío del alma, el deseo de la carne y su negación,
soy la señal de entrada a nuevos paraísos.
Soy una llama, franca e indagadora,
soy agua, profunda pero desafiante hasta las rodillas,
soy el fuego y el agua juntos en sincera unión libre…

Cómo ser valiente a principios del s. XX
Como se puede comprobar, ni siquiera el siglo XXI está totalmente preparado aún para recibir estos versos sin hacer una mueca de desprecio. La sociedad aún no ha interiorizado que no tiene que comprender algo para respetarlo. Södergran escribía lo que le daba la gana, y lo escribía bien. En su momento, la apoyaron poetas y escritores liberales, que tenían mentalidades modernas y abiertas. Se la considera revolucionaria de la poesía nórdica, sobre todo en lo relativo al impacto que produjo en el modernismo finlandés de los años veinte. Dejó un total de cinco libros escritos, el último de los cuales se publicó de forma póstuma. Un dato curioso es que después de su muerte, sus seguidores tomaron su antiguo lugar de residencia como lugar de peregrinación, al que acudían para realizar fotografías, hablar con su madre y llevarse de recuerdo algún pequeño objeto personal de la familia.

Descarada, aparentemente bucólica, lisérgica, soñadora, contemplativa. Tan terrible como le apetece en cada momento, temeraria ante la muerte, poderosa cuando el viento sopla en la dirección equivocada. Se mimetiza con los elementos naturales y observa a su alrededor con una mirada que contiene ciertos tintes mágicos a veces, “voy a cerrar los portales de la muerte”.

Hay muchas referencias recurrentes, se repiten a lo largo de los poemas: las nubes, el frío, las rocas, el agua, el otoño, el otoño, el otoño. La muerte como compañera de viaje, tan solo un elemento más de la Naturaleza, formando parte, con un pie aquí y el otro allá, etc., afirma que la vida y la muerte no son dos cosas diferentes. Hay sin duda una búsqueda incansable de la belleza (incluso hay un poema entero en el que se cuestiona insistentemente sobre el verdadero significado de la belleza), una mirada inquisitiva al mundo, con ojos interrogantes.

Una colección de versos otoñales con un siglo de antigüedad pero con la frescura intacta y los colores dorados y rojo fuego aún brillantes. Cuando Södergran murió, encontraron debajo de su almohada dos poemas. Entre ellos, este verso: “Muerte, ¿por qué te quedas en silencio?” A ella le fue concedido muy poco tiempo de vida y sin embargo supo aprovecharlo para alzar la voz y conseguir que llegara tan lejos como a este momento, perfecto para recoger su testigo, no se la pierdan.

lunes, 10 de abril de 2017

El ocaso del discernimiento electivo



Procuro mantenerme al margen de las tendencias consumistas, tengo una predisposición clara hacia lo underground y/o subversivo. En el terreno literario sé desde que era una cría que un libro siempre te lleva a otro libro, y me encanta que lectores insaciables en cuyo criterio confío, me recomienden los textos que más les han emocionado. Por eso, entre otras cosas, hago este blog desde hace ocho años, sencillamente para hablar de los libros que me da la gana, excluyendo las malas críticas porque sé que la publicidad negativa es incluso más ruidosa por el morbo que genera.

En el lateral derecho de estas líneas, hay un icono de un búho con un letrero que reza “Ad-free blog”, que significa “advertisement free blog” o “blog libre de publicidad”. Es decir, nada de lo que aparece aquí me revierte a mí un solo céntimo por incluir espacios de publicidad comprada. Pero igualmente recibo emails con invitaciones de empresas relacionadas con la industria editorial, que me invitan a escribir posts sobre sus productos o servicios, que en cada caso me reportarían supuestos ingresos o descuentos. Nunca los acepto: ni creo en la utilidad de sus servicios ni me apetece trabajar para otros por una miseria.

Muchos blogs, canales de Youtube, etc., aceptan y cobran por incluir publicidad en sus publicaciones, las personas que están detrás se definen a veces con el rimbombante “creador de contenido” aunque en muchas ocasiones ese contenido es su vida privada en vídeos que captan rápidamente seguidores morbosos. Contactan con marcas para publicitar productos que de otra forma jamás hubieran utilizado y el dinero entra rápida y fácilmente, personalmente me parece de un mal gusto exagerado.

En esta línea de despropósitos, hace poco vi un vídeo en el que una chica anunciaba que por fin había encontrado el servicio on-line definitivo, el que había esperado durante mucho tiempo: era una suscripción de moda en la que pagabas para que otra persona eligiera algunas prendas y accesorios y te las enviara a domicilio, es decir, una especie de cita a ciegas con tu armario, o un personal shopper virtual. Me pareció espeluznante, incluso entré en la web para leer más información y confirmar mis sospechas, era extremadamente poco personalizado, todo se hacía mediante un pequeño test que excluía todo tipo de tendencias estilísticas subculturales, como era de esperar. Se suponía que podías devolver las prendas que no te habían gustado o que no te valían, pero ya habías pagado por ellas por adelantado, había toda una política de cambios y devoluciones, en fin: qué mal gusto y qué pereza. Creo que la imagen personal es una herramienta de expresión tan buena como cualquier otra, ¿por qué no hacer uso de ella, o lo que es peor, por qué permitir que un desconocido lo haga por nosotros?

Pero es que hace poco descubrí que existía el mismo servicio para lectores sin alma, es decir, una empresa que elige un libro por ti, lo empaqueta y te lo manda a domicilio. ¡Bum! Se acabaron las charlas tan enriquecedoras con bibliotecarios y libreros, los paseos entre estanterías, incluso las búsquedas en catálogos on-line. También, por descontado, las recomendaciones de amigos y críticos de confianza, se acabó que un libro te lleve a otro libro, fin a eso de elegir por ti mismo: llegó el ocaso del discernimiento electivo. Me pareció descorazonador, llámenme exagerada, no puedo explicarlo de otro modo.

Para colmo, en esa empresa utilizan como reclamo definitivo un envoltorio feliz y lleno de detalles, del tipo marcapáginas que nadie usa, la nota de prensa de turno impresa en un papel muy bonito y tonterías de ese tipo al más puro estilo Mr Wonderful (el regalo que nadie con dos dedos de frente quiere recibir). Puag.

También existe ya el servicio previo pago de viajes por sorpresa: para qué elegir el destino, para qué informarse sobre él, para qué organizar con mimo el viaje a ese sitio que siempre soñamos, si un desconocido puede decidirlo por nosotros, o si ya hemos dejado de soñar con algún lugar en el mundo porque hemos frito nuestro cerebro delante de mil pantallas y ya no nos funciona.

No sé, a mí todo esto me activa las alarmas e imagino un mundo no muy lejano en el que una empresa, bajo suscripción previa, te haga llegar puntualmente la comida a mediodía, un menú sorpresa, para que no tengas que pensar qué comes. O por qué no, una red social de citas en la que no tengas que molestarte en hacer ningún tipo de criba, a la hora acordada llamará a tu puerta el ser humano con el que tendrás sexo ese día (qué demonios, ya existe ese monstruo llamado First Dates, me rindo). Qué puedo decir, me imagino a los emprendedores que están detrás de este tipo de iniciativas, riéndose a carcajada limpia de todos aquellos que compran sus servicios, pienso en cómo hemos llegado a este punto, y me da pena.

jueves, 6 de abril de 2017

El arte de pedir - Amanda Palmer


Amanda Palmer es uno de esos regalos geniales que el mundo se ha hecho a sí mismo. Para todos aquellos que aún no la conozcan, diré que se trata de uno de esos personajes a los que me gustaría no conocer aún, por el simple hecho de volver a tener la ocasión de descubrirla de nuevo: es única. 

Amanda se hizo popular gracias a su música, que va mucho más allá que una colección de cd’s: letras reivindicativas, ausencia total de tapujos, performances teatrales en los conciertos, una estética punk rock muy rompedora que mezcla vestigios del cabaret y de la estética circense. Pero sobre todo, la música de Amanda transmite a la perfección la poderosa energía de su autora, una mujer con un alma grande, preciosa y resplandeciente. 

En realidad, a nadie le puede pasar desapercibido el hecho de que desafina mucho, si uno se fija bien puede preguntarse, ¿acaso ella no se está dando cuenta? A continuación, la pregunta es ¿lo sabe perfectamente, pero está representando un papel? Creo que la respuesta es que lo sabe perfectamente y que le importa tan poco que incluso lo exagera, puesto que a través de su voz, su música y la puesta en escena (independientemente de la afinación, o gracias a que ésta sea incorrecta) consigue transmitir al público exactamente lo que quiere.


En este libro autobiográfico hay un fin principal, que va más allá de reunir un buen puñado de anécdotas: se trata de transmitir al lector la idea de que todo lo que nos han inculcado sobre la prudencia y el pudor a la hora de pedir algo que necesitamos (ya sea emocional o material), es erróneo. Es decir, con su ejemplo pretende demostrar que ser vulnerables nos hace más fuertes, y que el amor y la empatía son bienes que no se gastan por más que los demos y recibamos, sino todo lo contrario.
Muchas veces me preguntan: “¿Cómo puedes confiar tanto en la gente?”
Porque es la única forma de que las cosas funcionen.
Cuando aceptas la ayuda que alguien te brinda, sea comida, un lugar donde dormir, dinero o amor, hay que confiar en esa ayuda. No se pueden aceptar las cosas a medias y entrar en casa de alguien con las espadas en alto.
Cuando confías abierta y radicalmente en la gente, ellos no solo cuidan de ti, sino que se convierten en tus aliados, en tu familia.
A veces la gente no está a la altura de la confianza que depositamos en ellos.
Cuando eso ocurre, la reacción correcta no es:
-¡Mierda! ¡Si es que no se puede confiar en nadie!
La reacción correcta es:
-Hay gente que da pena.
Y seguir adelante.
Hay montones de anécdotas en este libro, todas ellas narradas con un estilo despreocupado y directo que desprende franqueza. Aprendemos muchos detalles de los inicios de la artista como camarera y estatua humana callejera, así como todo lo relativo a su carrera musical. También se incluyen datos sobre su relación con el magnífico escritor Neil Gaiman, que actualmente es su marido y padre de una hermosa criatura feérica. Quienes ya conocíamos a la pareja por separado, la noticia de su relación amorosa, cuando se hizo pública, nos conmocionó casi hasta las lágrimas: era tan perfecto que parecía irreal, y ahí siguen… 

Las redes sociales han marcado la relación de Amanda con sus seguidores, así como la confianza que tiene en la magia de ayudar a los demás y también pedir su ayuda cuando es necesario. Asistimos aquí a la llegada de internet a la vida de la artista, cuando comenzó una comunicación directa con sus fans y cómo, por ejemplo, fue una de las pioneras del crowdfunding. A día de hoy, sigue muy activa en redes y así por ejemplo, el día en el que escribo esto vi a los pocos minutos de publicarse, un vídeo (con casi 45.000 reproducciones y 129 comentarios) en el que Amanda se grababa frente al tiovivo que hay al pie de las escaleras del Sacré-Coeur de Montmartre, un escenario muy famoso gracias a la película de Amelie.


Me gustaría aclarar que este libro no tiene nada que ver con uno de esos horribles manuales de autoayuda, que establecen ejercicios y marcan las pautas para que el lector las siga de forma rígida con tal de lograr sus metas. Nada que ver. “El arte de pedir” es una autobiografía, que incide en el acto del intercambio desinteresado de favores, precisamente porque es algo que ha marcado profundamente la vida y obra de su autora (y porque, de seguir su ejemplo, esto es algo que en nada puede perjudicar a nadie, sino todo lo contrario). En todo momento, ella expone su experiencia y es el lector quien saca sus propias conclusiones.
Mi conclusión es que Amanda es una estrella luminosa, y que su arte gamberro me inspira un millón de cosas buenas.
A veces era como si Neil fuera de otro planeta en el que la gente nunca pedía ni compartía nada personal sin antes disculparse por extenso. Él me aseguró que sencillamente era británico. Y que nosotros los estadounidenses —con nuestra excesiva tendencia a compartirlo todo a gritos, la necesidad de abrazar a cualquiera y las confesiones a gente que acabamos de conocer sobre heridas infantiles profundas y traumáticas— le parecíamos igual de extraños.
Cuando empezó a tenerme más confianza, me contó que durante mucho tiempo había creído que en realidad la gente no se enamoraba. Que todos fingían. 
—No puede ser. Eres escritor —dije yo— y has visto mil películas, has leído mil libros y memorias, y conoces a personas de carne y hueso que están sinceramente enamoradas. ¿Qué me dices de John y Judith? ¿Y de Peter y Clare? ¿Piensas que actúan? Tú has escrito libros enteros, cuentos y escenas en los que los personajes están profundamente enamorados. Quiero decir… que no me lo puedo creer. ¿Cómo podías escribir sobre el amor si no creías que existiera? 
—Justamente, querida —me dijo—. Los escritores se inventan las cosas.

martes, 4 de abril de 2017

La pasión según G.H. - Clarice Lispector


Leer “La pasión según G.H.” es como asistir a una performance en directo, en la que la actriz coge tu mano y empieza un monólogo largo y extraño, se diría que filosófico, brutalmente intimista y un tanto desquiciado, mientras ella mantiene los ojos abiertos pero está mirando hacia dentro (ojos en blanco, ojos de ciega, y sientes la presión de su mano en tu mano, que se va haciendo más fuerte a medida que se desgranan las palabras, temes que te pueda hacer daño).

Lispector reduce la existencia a plasma informe e impulsos eléctricos, se basa en la contemplación de una habitación vacía en la que irrumpe una cucaracha silenciosa e inmunda, para regresar el principio, a lo atávico, a los orígenes más ancestrales, diseccionando el miedo y el asco y estableciendo los principios básicos: la vida, abierta en canal y expuesta bajo un potente foco de luz, el de la mente insana de la protagonista, que ahora ya aprieta tan fuerte la mano que nos hace daño.

Dar la mano a alguien ha sido siempre lo que esperé de la alegría.

La originalidad es este libro; el virtuosismo, lo bien escrito que está, y la musicalidad que se desprende entre líneas a pesar de tratarse de una traducción (buen trabajo). La introspección llevada al extremo, literatura de alto nivel.

lunes, 3 de abril de 2017

El postporno era eso - María Llopis


Sí y no: me ha encantado leer este libro y aplaudo, comparto y recomiendo su contenido… pero. He visto cómo las drogas permitidas e ilegales determinaban, para mal, el día a día de algunas personas, influyendo negativamente en todo, sin olvidar que las adicciones pueden terminar en muerte, por eso me resulta imposible compartir la visión despreocupada y divertida que se desprende de estas páginas sobre el particular.

Una vez aclarado esto, concluyo que el postporno es al porno comercial lo que Youtube está siendo desde hace años a la televisión, un producto que se idea, guioniza, graba, edita y publica sin la intervención de productoras, ajena a los canales habituales. Algo así como el público creando el contenido que quiere ver y que de otra forma no encuentra.

p.19
Mi padre biológico era cura. Y profesor de inglés. Se folló a mi madre cuando ésta era una cría de 17 años. Se la folló una y otra vez hasta que la dejó embarazada. Mi madre era esquizofrénica. Y huérfana del que había sido el mejor amigo de mi padre. Menudo cabrón. Me jode y me pesa pensar que era un jodido violador de niñas locas. Él tenía treinta años más que ella, qué cojones. Me jode pensar que puedo parecerme a él. Y lo pienso. Soy como él, soy como él. Morbosa, viciosa, sucia. No me creo que nadie pueda quererme, y en cuanto me enamoro tengo que hacer algo morboso, vicioso, sucio, para que se cabreen, y demostrarme a mí misma que tengo razón. He hecho en mi vida cosas horribles a las personas de las que estaba enamorada.

“El postporno era eso” habla de muchos conceptos básicos en la lucha contra la sexualidad heteronormativa imperante en nuestra sociedad heteropatriarcal de mierda: sexualidades alternativas, el mal entendido y relativamente revolucionario porno para mujeres, sadomasoquismo, teoría queer, etc.

p. 57
Todas las Caperucitas Rojas se vuelven lobos en la práctica postpornográfica. 
p.71
Poco a poco han ido preguntándome estos días a qué me dedico y les he hablado del postporno y hasta les he grabado un par de DVDs. Ahora me piden más, les escucho hablar de pornografía, de lo poco que les gusta, pero esto es diferente, me dicen. Les prometo traerles más pelis. Me siento como una misionera postpornográfica, iluminando con la verdad del sexo a almas inocentes. 
p.89
Quedo con X. para devolvernos las cosas que tenemos todavía el uno del otro. X. me trae unas bragas usadas, “Testo Yonqui” de Beatriz Preciado y las llaves de mi casa. Yo tengo que devolverle las llaves de la suya, unos calzoncillos, una peli de Fassbinder y “La crisis de la heterosexualidad”. Miro en silencio los objetos sobre la mesa. Pura poesía.

Hay mil detalles que subrayaría y destacaría de este libro porque me han encantado, pero es difícil comentarlos todos en una reseña breve. Por ejemplo, me gustó mucho una reflexión acerca del “ser” o “estar” en relación a las inclinaciones sexuales que siempre pueden ser cambiantes, de forma que lo correcto sería decir “María está hetero” porque es como se siente en este momento o en el momento al que haga referencia, y no “María es hetero” como etiqueta que defina de forma estricta tanto los gustos actuales de María como al resto de su historial, eso es absurdo. El uso de las etiquetas está muy extendido y a la vez es tremendamente controvertido, más o menos parece haberse llegado a la conclusión de que para algunas personas, en algunos momentos, son necesarias para identificarse y definirse a sí mismos o ante los demás; también, sin duda, son muy efectivas por su capacidad sintetizadora, como herramienta para la visibilización de realidades y colectivos que suelen ignorarse social y políticamente de forma sistemática.

Una de las cosas que más disfruto al leer ensayo feminista y/o queer, es la enorme capacidad intelectual de sus autoras (que, sí, suelen ser mujeres), a las que admiro por su clarividencia mental, la lectura como pornografía literaria, literatura transgresora como objeto en un acto político-reivindicativo de onanismo sapiosexual salvaje. Gracias, Llopis.

“El postporno era esto” incluye multitud de enlaces a webs y referencias bibliográficas para continuar la formación postporno en un bucle infinito de aprendizaje-goce intelectual no heteronormativo, por todos los dioses, el paraíso.

p.142
La cultura punk es política radical y no un peinado atrevido. 
p.153
A lo mejor hoy estoy quisquillosa, pero en el lenguaje se transpira la política, y hay que cuidarlo.
María llama a las cosas por su nombre, a fe que lo hace, y transcribe sus conocimientos a través de un diario que abarca aproximadamente seis meses de su vida, de forma que su experiencia (o su experiencia literaturizada) sirve al lector para conocer los entresijos del mundo en que se mueve, en qué consiste su trabajo y también detalles morbosos sobre su vida privada, que no está del todo desligada de la pública, en cierto modo. Me gusta porque cuando es necesario señala con el dedo sin tapujos, y saltan sus alarmas ante los discursos ajenos no inclusivos, ante todo la visibilidad de los oprimidos, bravo. 
p.158
Maldigo mi sexualidad por no ser lesbiana. Las mujeres estamos luchando como perras para deconstruir las relaciones de poder. No es casualidad que los libros publicados sobre nuevas formas de mirar el mundo estén escritos por mujeres. No es casualidad que la gran mayoría del público asistente a los talleres de postporno sean mujeres. ¿Qué están haciendo ellos? Dentro de la homosexualidad sí que hay una corriente de hombres deconstruyendo la masculinidad impuesta, pero el hombre heterosexual está quieto, no mueve ficha. Ve que el mundo en el que vive se deconstruye pero es consciente de su poder y no quiere soltarlo. Y no quiere replantearse nada, obstinado como Adán en someter a Lilith. ¿Cómo puede un mito tan antiguo tener una vigencia tan actual?

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