miércoles, 16 de junio de 2010

Feria del Libro de Madrid - reminiscencias


La Feria del Libro ha sido diferente este año, he vuelto a ser librera y he podido vivirla desde dentro.


- ¿Tenéis marcapasos?
- ¿Qué hay de balde?
- Pero, ¿cómo que no regaláis los libros? ¡Pues que le den a Gallardón!
- ¿Me das una bolsita? (Para qué, por dios, señora, si no lleva Vd. nada en la mano).

¿Qué probabilidad hay de encontrar, en medio de una multitud, una sola persona que llegue hasta ti y consiga ser a tus ojos diferente al resto? Y sin embargo ocurre. No han sido muchas pero, por muy diferentes motivos, varias personas han hecho de esta feria algo único. No diré si el orden es cronológico, alfabético, aleatorio o inexistente.
Empezamos con un freak que se plantó ante la caseta una tarde, desenfundó su armónica y tocó para todo el que quisiera oírle. Era Antoñito alias el de la armónica o la Fiera de Legazpi (me niego a hacer comentarios sobre esto), y en you tube la gente ha colgado varios vídeos en los que se le puede ver.

Durante su visita, la caseta se convirtió en la pasarela Cibeles y las chicas en sus modelos, que él describía con detalle. El hecho de que un espontáneo no encontrase más ocupación que grabarlo todo en vídeo, hizo que dejara de tener gracia.
Conseguí para mi amiga la firma de Reverte, que codiciaba como codicia Gollum a su anillo, sin hacer mucha cola porque una hora antes del comienzo había solo, exactamente, 15 personas esperando.



Cómo olvidar a Antonio Rodríguez y sus lecturas vinculadas con palabras de chocolate fundido (no pienso explicarlo). Durante las largas charlas, sus metáforas avivaban nuestros comentarios. Pero fue bueno recordar Fahrenheit 451 con sus personas libro, una de las mejores historias sobre la lectura de todos los tiempos.
También recuerdo a un puñado de niños, de no más de 8 años, que caminaban seguros de sí mismos con la cabeza bien alta y que cuando te dirigías a ellos te trataban de usted: querías regalarles, como al resto de niños que pasaban por allí, un detallito, una cinta para el cuello, un marcapáginas, pero recibías un “no, gracias”, eso sí, muy educado, por respuesta y ni siquiera te miraban a los ojos. En ese momento pensaba con pena si de niños ya serían así, los hombres grises.

Nuestro querido amigo Augusto, entrañable octogenario con encantadora mujer colgada del brazo, vino a vernos varias veces hasta que repusimos y pudimos entregarle, al fin, el libro que buscaba, (sobre la M-30, para más detalles). Se ilusionaron cuando vieron la cantidad de merchandising que incluimos en la bolsa con el libro que compraban; supongo que en ese momento se acordaban de sus nietos.
- Quítale el plástico, que lo quiero ver.
- No, hombre, no: ahora nos sentamos en un banco y lo leemos los dos juntos.
Fueron amables hasta el final, tuvieron el detalle de regalarnos caramelos. Caramelos de miel.


Navegando por Internet descubro que hay tres casetas en la feria que venden una antología de poemas de la que me he perdido la presentación por estar trabajando, es curioso, a pocos metros, y que todavía no he podido comprar. La casualidad quiere que mi caseta se sitúe muy cerca de una de esas tres, por lo que me acerco y allí lo tienen, en el mostrador para mi sorpresa: el libro no es un superventas y en la portada aparecen cuatro lagartijas.

Sigo recorriendo casetas, aprovechando la tarde de lluvia y escasa afluencia de público para comprar todo lo que no he podido los días anteriores. Al final del recorrido la bolsa y mi ilusión pesan, rebosantes.
Me perdí un montón de eventos (presentaciones, firmas) por estar trabajando pero a cambio obtuve todo esto y algunas cosas más y además, ahora el verde me trae el olor de los libros.
Gracias, gracias, gracias a todos los amigos que me dijeron que irían, y fueron.

2 comentarios:

  1. Joooo... Y yo me lo perdí, siento no haber ido Mar, me hubiese encantado!!! El miércoles me cuentas con detalle... jejeje Un besote!

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  2. Jejeje... eso está hecho! No te preocupes. Un beso!

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